Es una realidad innegable. No importa cuántas veces vivas, te encontrarás en situaciones complejas. Es fundamental abordar el control de las redes sociales y la presión que ejercen sobre los medios de comunicación, así como la asfixia económica que enfrenta la población. Según el análisis de Harvard y otras universidades, debemos considerar estas cuestiones seriamente.
Podríamos estar subestimando el riesgo que representa la elección de Trump para la democracia estadounidense. Su negativa a aceptar el resultado electoral de 2020 y su apoyo a los asaltantes del Capitolio, apenas tres meses después de su segunda toma de posesión, nos ha llevado a presenciar múltiples intervenciones inquietantes tanto en política internacional como en la doméstica. Estos incluyen la selección de miembros del gobierno, ataques contra la administración federal, purgas en el Departamento de Justicia, y nombramientos sectarios en posiciones militares clave. Además, ha recortado el financiamiento a la atención médica y universitaria, y ha atacado a bufetes de abogados que defienden a quienes Trump considera enemigos de sus proyectos. Esto se suma a su desprecio por las resoluciones judiciales sobre deportaciones, creando un patrón de “autogolpe” que es motivo de preocupación.
Históricamente, Adolf Hitler utilizó un gobierno de coalición para desmantelar el sistema democrático de la República de Weimar. No obstante, las circunstancias en Estados Unidos para 2025 no son las mismas que las de Alemania en 1933. Los principios de la constitución de Weimar, que en su momento era considerada muy avanzada, no penetraron en el núcleo del estado alemán ni en su administración ni en sus fuerzas armadas o policía. Por su parte, la cultura política de Alemania estaba marcada por una tradición democrática bien establecida. Una crisis económica profunda, la agresiva intimidación del movimiento nazi sobre la ciudadanía, y la habilidad retórica de Hitler para aprovechar el resentimiento, fueron elementos que llevaron al colapso.
En contraste, Estados Unidos ha mantenido ciertas estructuras institucionales que podrían marcar la diferencia. Las instituciones y, en gran medida, el sistema judicial, si están libres de sesgo partidista, deben asegurar el buen funcionamiento de la democracia y garantizar los derechos de los ciudadanos.
Sin embargo, es válido considerar una perspectiva alternativa menos optimista. La institucionalización, aunque bien diseñada, ha fracasado por falta de un contexto adecuado. Para que el papel de garantía de estas instituciones sea efectivo, es fundamental que exista respaldo social desde las bases. La naturaleza del sistema judicial y su capacidad para mantenerse al margen de presiones externas son cruciales para su funcionalidad.
Sin este apoyo social, surge la pregunta: ¿serán las instituciones judiciales capaces de sobrevivir a las tensiones actuales? La posibilidad de que las instituciones se vean superadas por factores sociopolíticos debe ser un tema de análisis crítico.
Josep M. Valleès, Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona.