El final del primer cuarto del siglo XXI pone de relieve el renacer de Europa, un hecho que no es del todo bien recibido cuando se destinan recursos que podrían ser utilizados para satisfacer necesidades internas. La guerra arancelaria se ha convertido en una constante, acompañada de sanciones y daños colaterales.
En este contexto, es crucial que la Unión Europea se reconfigure para derribar varios mitos. Primero, la protección asegurada por Estados Unidos, la cual puede no ser tan sólida como se percibe.
Además, el papel que la industria armamentista ha jugado hasta ahora está actuando como un motor económico. Un factor que genera preocupación es que Alemania parece liderar esta nueva etapa relacionada con las armamentos.
En la actualidad, muchos miembros de la OTAN están aumentando sus presupuestos militares, lo que demuestra una clara necesidad de reforzar sus capacidades defensivas.
Es relevante señalar que el crecimiento de estos recursos no es únicamente una respuesta a las exigencias de Washington, sino que también se ve impulsado por Rusia. Este cambio comienza mucho antes de su invasión a Ucrania, remontándose a 2014, cuando Rusia anexó Crimea.
La situación es clara: hay tensiones geopolíticas en aumento, y los países deben encontrar el equilibrio adecuado para asegurar su soberanía sin dejar de lado sus compromisos ante la comunidad internacional.
En Europa, y específicamente en las naciones de la Unión Europea, se percibe un cambio de enfoque en la política de defensa, en especial en Alemania, donde el clima político está influenciado por movimientos populistas y de ultraderecha que demandan una mayor inversión en defensa. Este aspecto plantea retos significativos para el futuro del continente.