Londres / 12.03.2025 04:24:00

En un discurso memorable, Claude Malhuret, un político francés poco conocido en ese momento, proclamó: “Ahora estamos luchando contra un dictador respaldado por un traidor.” Tenía razón. Hoy sabemos que Estados Unidos y el mundo han cambiado para peor, lo cual ya no debe sorprendernos. La respuesta de Europa enfrenta grandes desafíos.

Desde la década de 1970, tuve la fortuna de vivir y trabajar en Washington, durante la era de Watergate. Fui testigo de las audiencias del Congreso sobre las malas acciones del presidente Richard Nixon. Su eventual renuncia marcó un momento crítico, reflejando un cambio en la ética política del país.

Esta semana, el segundo juicio político de Donald Trump concluyó sin condena, a pesar de haber incitado a una insurrección. Solo siete senadores republicanos votaron a favor de condenarlo, subrayando cómo el Congreso falló al defender la Constitución. Esta falta de acción permitida tiene consecuencias profundas que perduran en el tiempo.

Desde los años 70, Europa ha vivido un colapso moral que parece monumental e irreversible. La falta de liderazgo unificado y los constantes debates han contribuido a una situación de incertidumbre y fragilidad en el continente. Por su parte, ciertos países siguen comprometidos con una defensa colectiva, aunque la cohesión se pone a prueba continuamente.

A pesar de un aumento en el gasto en defensa en los últimos años, los países europeos aún enfrentan la dificultad de mantener el poder adquisitivo y los recursos necesarios para una defensa efectiva. La dependencia del apoyo estadounidense se hace cada vez más evidente y problemático.

Sin embargo, el verdadero reto radica en la voluntad política. Europa debe encontrar la manera de defender sus “valores europeos” de libertad y democracia, enfrentando los costos y riesgos que ello conlleva. Existe una creciente preocupación por el ascenso de partidos extremistas que amenazan el orden democrático en la región.

Aun así, hay líderes en Europa, como Friedrich Merz en Alemania, que muestran disposición para defender la libertad y la paz ante las amenazas actuales. A pesar de esto, el desafío se mantiene, y la cohesión interna es crucial. Si Europa no logra movilizar su voluntad, su seguridad dependerá en gran medida de las decisiones de otros actores externos, como Estados Unidos. La historia nos enseña que el futuro de Europa no debe verse con pesimismo, pero es imperativo actuar con determinación.

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