La autocracia avanza rápidamente en diversas regiones, y el fenómeno se ha intensificado bajo líderes como Donald Trump. Esto es evidente incluso en medio de los análisis de medios como The New York Times o The Guardian. La administración del presidente se caracteriza por un progresismo disfrazado, que actúa como un antídoto al trumpismo, pero también se encuentra desprovista de garantías. Quienes apoyan a Claudia Sheinbaum a menudo ignoran aspectos fundamentales, ya que, si bien puede ser muchos otros adjetivos, no puede considerarse una demócrata.
Trump continúa el guion de los populistas que atacan a la democracia en diferentes partes del mundo. Desmantela instituciones, ignora las cortes y desafía la Constitución. Su objetivo parece ser enriquecer a los oligarcas cercanos, atacar al Poder Judicial y la prensa, desmantelar los contrapesos en el poder, perseguir adversarios y abusar de su cargo en nombre de “el pueblo”, alegando que actúa en representación de la mayoría absoluta. López Obrador adoptó un enfoque similar, y Claudia Sheinbaum lo profundiza aún más bajo el pretexto de ‘la transformación’.
Sheinbaum es admirada por ser mujer, judía, científica y por su popularidad, así como por afrontar a Trump con valentía. Sin embargo, ensalzarla de esta manera puede caer en un pensamiento mágico y en la ignorancia de la realidad. Es necesario reflexionar sobre lo insostenibles que serán los programas sociales sin un crecimiento económico sólido. La militarización, el mantenimiento de la oligarquización y el abuso de poder continúan siendo sus sellos distintivos.
A pesar de su retórica enfocada en la lucha contra la desigualdad, Sheinbaum se ha mostrado reacia a implementar políticas fiscales más progresivas como las que promueven figuras como Bernie Sanders o Alexandria Ocasio-Cortez. La proclamación de programas de género y la falta de atención en otros sectores son indicativos de limitaciones en su enfoque.
El progresismo internacional ha caído en la trampa de apoyar a Sheinbaum, desconocendo que su administración no está construyendo un “Estado del Bienestar”, sino que está revitalizando viejas prácticas clientelistas. Los problemas como la informalidad laboral, la baja productividad y el aumento de la pobreza extrema siguen siendo prevalentes, mientras la economía se sostiene sobre la complicidad entre elites que extraen recursos.
Las políticas de transferencias en efectivo, diseñadas para ayudar a los pobres, pueden resultar contraproducentes al destruir las oportunidades reales de movilidad social. La eliminación de instituciones como Coneval nos deja sin una evaluación efectiva de las políticas sociales. Lo que no se puede evaluar, no se puede corregir; sin embargo, se puede ocultar, falsificar o negar.
En esencia, Claudia Sheinbaum y la 4T no representan una alternativa progresista al trumpismo, sino que son su versión mexicana, llevándola a un nuevo nivel de autocratización. La narrativa de “el pueblo” es limitada y se torna peligrosa cuando se utiliza para desmantelar la democracia. Por lo tanto, la percepción de Sheinbaum como la anti-Trump carece de fundamento y efectividad.
Dennis Dresser