Con el aumento de discursos antiinmigración en Europa y Estados Unidos, es vital mirar más allá del temor y comprender lo que verdaderamente está en juego. La movilidad humana no representa una carga, sino que es un motor crucial para el crecimiento económico, la resiliencia demográfica y la cohesión cultural. Ignorar su impacto es no solo un error estratégico, sino también un acto que traiciona la evidencia empírica y los valores democráticos que muchas sociedades modernas dicen defender.
¿Crisis o continuidad? La movilidad como norma histórica
La migración no es un fenómeno exclusivo del siglo XXI. Desde las diásporas mediterráneas en la antigüedad hasta las migraciones masivas del siglo XX, el movimiento ha sido una constante en la historia humana. Las ciudades-Estado, los imperios coloniales y los Estados nación contemporáneos han sido modelados y redefinidos por la circulación de personas, idiomas, conocimientos y bienes. Ver la movilidad como una amenaza pasa por alto este patrón histórico y convierte la excepción (el aislamiento) en la norma.
El discurso político que pone a los migrantes en la categoría de intrusos en vez de ciudadanos potenciales o actores económicos es una distorsión peligrosa, tanto moral como estratégica.
El aporte real de los migrantes al PIB y la productividad
Un estudio del McKinsey Global Institute presentó un dato revelador: en 2015, aunque los migrantes representaban solo el 3,3 % de la población mundial, contribuían con el 9,4 % del PIB global, es decir, aproximadamente 6,7 billones de dólares. En Estados Unidos, su aportación alcanzaba unos 2 billones de dólares.
Investigaciones más recientes respaldan esta información. El Fondo Monetario Internacional (FMI) previó que entre 2020 y 2023, los flujos migratorios netos hacia la eurozona —incluyendo a millones de refugiados ucranianos— podrían incrementar el PIB potencial regional en un 0,5 % adicional hacia 2030. Este crecimiento no es marginal, ya que representa alrededor de la mitad del crecimiento potencial esperado. Sin la migración, el horizonte económico de Europa sería significativamente más limitado.
Estados Unidos: fuerza laboral, innovación y expansión
En EE. UU., más de 31 millones de inmigrantes eran parte del mercado laboral en 2023, lo que representa un 19 % del total, según el Council on Foreign Relations. Su tasa de participación en el mercado laboral era del 67 %, comparada con el 62 % de aquellos nacidos en el país. Esta diferencia no es irrelevante, ya que implica una contribución desproporcionada a la recaudación fiscal, al consumo interno y al dinamismo económico en general.
Migración e innovación: una relación subestimada
Es común olvidar que las migraciones no solo aportan mano de obra, sino también ideas. Según el World Economic Forum, los inmigrantes tienen un 80 % más de probabilidades de fundar nuevas empresas que los nativos de EE. UU., y más del 40 % de las empresas de la lista Fortune 500 fueron fundadas por migrantes o sus descendientes.
Este mismo patrón se observa en el ámbito académico y tecnológico: una parte significativa de las patentes registradas en Estados Unidos incluye al menos un inventor extranjero. Las universidades más destacadas dependen de estudiantes internacionales para mantener sus programas en las áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. En otras palabras, cerrar fronteras implica también cerrar la puerta a la innovación.
Europa Occidental: dependencia silenciosa
El impacto en la Unión Europea es igualmente considerable. Según el informe del FMI, entre 2019 y 2023, dos tercios de los nuevos empleos fueron ocupados por migrantes no comunitarios. Estos datos desmienten la percepción de que los migrantes “quitan empleo”: en realidad, cubren vacantes estructurales que ni la automatización ni el mercado interno han logrado satisfacer.
Además, la OCDE advirtió en 2025 que, si no se integran más mujeres, personas mayores e inmigrantes en el mercado laboral, el crecimiento del PIB per cápita en los países miembros podría reducirse del 1 % anual (2000-2020) a un modesto 0,6 % hacia 2060. Por el contrario, una política migratoria más inclusiva podría añadir al menos 0,1 puntos porcentuales al crecimiento anual.
Remesas: impacto económico transnacional
El World Migration Report 2024 confirmó que las remesas globales alcanzaron los 831 mil millones de dólares en 2022, un aumento de más del 650 % desde el año 2000. Este volumen supera con creces la ayuda oficial al desarrollo e, incluso, en muchos casos, la inversión extranjera directa. Las remesas se destinan principalmente a salud, educación y vivienda.
Son, en efecto, una redistribución global de riqueza que no pasa por el sistema multilateral, pero que produce un efecto estabilizador y profundamente humano.
¿Y si miramos hacia adelante?
El desafío no solo es económico. Las sociedades que adoptan discursos excluyentes renuncian a su capacidad de adaptación y cambio. Ignorar esta realidad conlleva tres costos claros:
Económico, al renunciar a una fuente estructural de crecimiento, innovación y sostenibilidad fiscal.
Social, pues se alimentan estigmas que fracturan la convivencia y debilitan la cohesión ciudadana.
Geopolítico, al perder influencia en un mundo donde la competencia por talento y capital humano se intensifica.
La buena noticia es que existen soluciones viables. Desde la agilización de procesos de homologación profesional hasta sistemas regionales de coordinación migratoria, las herramientas están disponibles para los gobiernos. El reto es político y narrativo: es necesario presentar un relato público que reconozca el valor de la movilidad humana como parte integral del contrato social contemporáneo.
Como bien señala el World Economic Forum, la migración no es un problema que debamos resolver, sino un activo estratégico que debemos gestionar con inteligencia y humanidad. Subestimarla socava las bases del desarrollo global en el siglo XXI.
