En un desarrollo alarmante, diversos estados de EE. UU. han reportado un resurgimiento de enfermedades que se creían casi erradicadas gracias a las vacunas, como el sarampión y la tosferina. Este repunte se produce en un contexto donde, debido a los nuevos protocolos de la vacuna contra el COVID-19, se prevé que un número significativamente menor de personas tenga acceso a ella este otoño, aumentando la vulnerabilidad tanto local como global.
En la videoconferencia “El resurgimiento de las enfermedades prevenibles” organizada por American Community Media (ACOM), varios especialistas discutieron las causas de esta inquietante situación. El doctor William Schaffner, de la Universidad de Vanderbilt, señaló que el escepticismo hacia las vacunas y el movimiento antivacunas han llevado a que muchos padres retrasen la vacunación de sus hijos, exponiéndolos a peligros significativos.
Un caso notable se observa en el oeste de Texas, donde una comunidad menonita, guiada por firmes creencias religiosas, ha enfrentado un brote de sarampión que ya supera los 1,000 casos, incluyendo hospitalizaciones y la pérdida de dos menores. El doctor Schaffner comentó que, antes de la introducción de la vacuna contra el sarampión en los años 60, entre 400 y 500 niños morían anualmente por esta enfermedad y sus complicaciones; este número llegó a cero hasta este año.
La situación no se limita a Texas, ya que también se han reportado brotes en áreas urbanas de clase media y alta, entre personas que desconfían de la medicina convencional o prefieren un estilo de vida “natural”, desestimando las recomendaciones pediátricas. Esto pone en riesgo años de progreso en salud pública, advirtió el experto.
El doctor Benjamín Neuman, de la Universidad Texas A&M, enfatizó que la falta de vacunación en una sola persona puede iniciar una cadena de contagios. “Los avances que disfrutamos hoy —menos hospitalizaciones y días de trabajo perdidos— son frutos de las vacunas modernas”, afirmó, señalando que limitar el acceso a las vacunas representa una amenaza directa a la salud pública del país.
Por otro lado, el doctor Peter Chin-Hong, de la Universidad de California en San Francisco, explicó que la nueva vacuna contra el COVID-19, proyectada para agosto o septiembre, solo estará disponible para mayores de 65 años y personas con condiciones preexistentes, excluyendo a mujeres embarazadas sanas, niños menores de dos años y trabajadores de la salud que no cumplan con esos criterios. Esta restricción ha generado confusión y podría resultar en una menor demanda de la vacuna en otoño, dejando a muchas personas desprotegidas.
La incertidumbre continúa, ya que el doctor Jirair Ratevosian, de la Universidad de Yale, alertó sobre el futuro del Plan de Emergencia del Presidente para el Alivio del SIDA (PEPFAR). Este programa, que ha salvado más de 25 millones de vidas desde 2003 y ha proporcionado tratamiento antirretroviral a 21 millones de personas en más de 50 países, ha enfrentado una pausa de 90 días debido a decisiones de la nueva administración.