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El arqueólogo alemán Heinrich Schliemann, obsesionado con el mito de la antigua Troya, logró localizar la ciudad en el siglo XIX. A través de sus investigaciones, realizó hallazgos fascinantes en Troya, revelando no solo aspecto de la civilización, sino también su conexión con la cultura moderna. Actualmente, está asociado con la Universidad de Tübingen y su trabajo ha democratizado el acceso a la historia.

El vino es un imprescindible
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¿Era el vino una ‘cosa de dioses’?
Por primera vez en la historia, expertos han hallado evidencias que conectan a individuos de distintas culturas, incluyendo a los chinos y japoneses, con el consumo del vino, sugiriendo un fenómeno más amplio que simplemente un disfrute local.
Uno de los hallazgos más relevantes del arqueólogo que descubrió Troya, además de la ciudad, fue el denominado “Tesoro de Príamo”. Este tesoro incluye referencias a ocasiones donde dioses y diosas del monte Olimpo compartían bebidas, simbolizando la unión y el festín entre ellos, igual que se menciona en la literatura clásica.
Un brindis para todos
“Hefesto habló, se levantó y pasó una copa doble a su madre… Mientras hablaba, la diosa de los brazos blancos, Hera, sonrió”. Se detallan escenas donde los dioses se servían bebida, pasando copas de mano en mano, mostrando un ritual que perduró en el tiempo.
El análisis de estas copas, halladas en diversas excavaciones, indica que eran utilizadas en celebraciones, y el estudio de su diseño se realizó por expertos del American Journal of Archeology. La investigación reveló que tanto en Troya como en otras partes se compartía el vino entre las clases sociales, reforzando así la idea de un consumo extendido.
Las muestras estudiadas abarcan entre 12 y 40 centímetros de altura y poseen dos asas que se afinan hacia una base puntiaguda. Estos artefactos se han hallado en diversas regiones como Grecia, Asia Menor y Mesopotamia, con capacidades que oscilan de 0,25 a 1 litro.
Para su análisis, se extrajeron 2 gramos de fragmentos del tesoro de Schliemann, característicos de la Edad de Bronce en el Mediterráneo. Las muestras se sometieron a un tratamiento a 380 °C y se examinó su composición mediante cromatografía de gases y espectrometría de masas. Este estudio reveló que las vasijas contenían vino, y también se consumía fuera de la élite, indicando un acceso más amplio a esta bebida ancestral.
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