Es imperativo que actuemos por compasión. Se requiere que todos comprendan la gravedad de la situación y que se comprometan a hacer algo al respecto. Las dramáticas palabras del talentoso Juan Rulfo, que evocan angustia, confinamiento y una brutalidad casi animal, deben resonar en el recuerdo colectivo de Tlajomulco, Jalisco.
El ambiente en nuestro país es de luto. La semana pasada, en la Cámara de Diputados, se guardaron cuatro minutos de silencio en memoria de diversas tragedias. Ayer, una vez más, se respetó un minuto de silencio en un espacio donde deberíamos investigar, debatir, condenar y proponer soluciones que permitan mejorar nuestras vidas. Sin embargo, es innegable que la indiferencia ante esta realidad crece, como si nuestra compasión humana estuviera anestesiada.
Han pasado muchos años de dolor y muerte. Desde el gobierno de Fox, con el caso de Oaxaca; luego con Calderón y la masacre en San Fernando, hasta el trágico evento de Ayotzinapa durante el mandato de Peña Nieto. Con López Obrador, la ola de decesos ha sido sobrecogedora. Cada muerte sólo agranda el silencio y el vacío que se siente en un México que, a pesar de la promesa de “transformación” de Obrador, sigue sufriendo.
En los últimos veinticinco años, con Fox se registraron 60 mil muertes, cifra que se duplicó con Calderón llegando a 120 mil. Con Peña Nieto, la cifra fue aún mayor, y durante el gobierno de López Obrador, se han contabilizado casi 200 mil muertes. En este contexto, es evidente que los homicidios violentos han triplicado la cifra de aquellos gobiernos panistas, y es necesario destacar que, si no consideramos las muertes por COVID-19 y las desapariciones ocultas en este sexenio, el panorama es alarmante. La falsa promesa de que “se acabaron las masacres” choca con la dura realidad de un México donde cada día ocurren casi cien asesinatos.
México se ha convertido en un vasto cementerio, donde la muerte es la constante. Los líderes criminales son parte del paisaje. Las Madres Buscadoras se aventuran cada vez más en este nuevo caos. Ahora, hallamos miles de zapatos, mientras el país vive sumido entre las sombras de aquellos que han desaparecido. ¿Mañana sonará nuevamente el eco del silencio mortal? La relación entre los gobiernos y los criminales en México es una realidad inquietante, un reflejo de la impunidad que predomina.
En un mundo donde las palabras y las promesas se desvanecen, hay quienes continúan buscando justicia y respuestas. La hipocresía y la corrupción son temas recurrentes en la discusión pública. La fe en un cambio verdadero parece un reto insuperable y la desesperanza se apodera de aquellos que viven la tragedia cotidianamente.
Hoy, el desafío es encontrar caminos alternativos que abran la puerta a nuevas realidades. No podemos seguir con la mirada desviada ni en la espera de soluciones milagrosas. La lucha por la verdad y la justicia debe prevalecer, y cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar en este camino hacia un México más digno y humano.